sábado, 21 de enero de 2012

Volver




Montado sobre el fuerte corcel, el bienaventurado cabalgaba por aquellas tierras
que se hallaban tan lejanas de su hogar.
Había derrotado al gran dragón
tan inmenso y colosal que había sido confundido con una montaña mientras
dormía a la intemperie.
Había luchado contra los guerreros de las sombras
había cabalgado por las cumbres heladas del Quinto Glaciar
y había sobrevivido a los abominables seres de las Ciénagas del Dolor. 

Más, ¿qué razón podía tener el aventurero para
arriesgar tan insistentemente su vida?

Era hoy un día soleado y tranquilo en el Bosque de Díone, donde
las hojas de los árboles formaban una mullida capa dorada sobre el camino
y los pájaros cantaban entre la vegetación,
silvando alegres melodías juguetones por las ramas. 

El aventurero llegó a un claro, donde la luz de Díone era tan brillante que
daba calidez a los corazones más fríos del mundo.

En aquel claro había un riachuelo de aguas claras
de las que sobresalían pequeñas piedras fijadas al fondo.
Cuando bajó del corcel y se acercó a las orillas
el animal bebió de la pequeña corriente y
un diminuto pez saltó en dirección opuesta a la que las aguas le llevaban. 
Al verlo, el caballero sintió esa sensación de calidez
un recuerdo que volvió a él
de cuando pescaba con ella en la aldea tiempo ha
aquellos días en que nada se interponía entre los dos.

Descalzos, él con sus pantalones remangados y ella
con los filos del vestido rozando las aguas
se metían a saltos en el riachuelo y se mojaban por completo con juegos.

Se salpicaban agua, jugaban a
atrapar los peces que se dejaban llevar por la corriente,
se caían y reían sin cesar.
Cuando salían sus pies estaban llenos de barro,
sus cabellos mojados
y sus ropas totalmente empapadas
pero disfrutaban como los jóvenes enamorados que eran por aquel entonces
felices
sin preocupaciones
sin dolor.
Luego se dejaban caer sobre la hierba
se dejaban secar a la luz de Díone
y se amaban abrazados.

Ella siempre reposaba sobre su cuerpo.
Él siempre la rodeaba con sus brazos.
"Te protegeré siempre" le decía.
Y ella sonreía.

Ella siempre sonreía.

Ella, siempre.

Su sonrisa.

Esa sonrisa que hacía que todo valiera la pena.

Cerró los ojos
se mojó la cara
dejó que sus recuerdos le invadieran y la
luz de Díone acariciara su rostro.

Él también sonrió.

Volvería.

Volvería con ella.

Con sus aventuras se convertiría en un valeroso caballero
y podría protegerla siempre de todo mal.

Sabía, aunque no pudiera verla, que ella le esperaba.

Ella seguiría ahí cuando llegara.
Y cuando volviera
cuando volviera a arroparla entre sus brazos y a besarla
todo habría terminado
todo habría merecido la pena.

Ya no se separarían nunca más.



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